Ernesto Quero – Pintor

Pintaba sin manchar el pincel – Continuo innovador, un experimentador que nunca se quedó en lo superficial.

Caja Salamanca

Palacio de Garci-Grande Salamanca

Del 20 noviembre al 5 de diciembre de 1987

Textos en el catálogo

- Ricardo López Serrano

EXPOSICIÓN HISTÓRICA DE UNA EXPOSICIÓN PICTÓRICA

A veces el crítico -o el que juega a serlo- invierte el signo y el giro de la rueda y, en vez de intentar abrir camino -o iluminar comprensiones- con sus juicios, siempre discutidos y siempre discutibles, en la cada vez más intrincada selva del arte actual -intrincada por ser arte, por ser actual, por ser cada vez más con conceptual, por estar cada vez más en clave de supuestos previos- el crítico, decía, intenta abrir camino y hacer disfrutar al personal proponiendo exposiciones.

Así ha ocurrido en el caso de Ernesto Quero. Hace años el crítico realizó una breve invasión de su estudio recibió un primer chispazo: «Esto es bueno, hay que sacarlo a la luz». Más tarde, una copa nocturna y a domicilio, con pretensiones de breve también, convertida en la contemplación de sus obras hasta una prolongada madrugada. Pero el tiempo fue corto. Y un propósito firme: «Ernesto debe -tiene que- exponer». Tiene mucho que enseñar y que decir en el asendereado y a veces errático camino del arte.

Comenzó así un largo cerco. Propuesta. Resistencia, Insistencia, Evasivas. Reincidencia. Tibias promesa. Gestiones consumadas. Aceptación. ¡Qué remedio! Ernesto, pues, se resistía. Pinta para él por placer, como el que saborea un manjar intransferible, lejos de tentaciones comerciales y de oropeles de nombradías y famas, muchas veces simple buen padrinazgo. Como buen artista, siempre se siente inseguro. Me ha confesado que hay cuadros que, tras pintados y arrinconados, luego le sorprenden agradablemente, porque el distanciamiento provoca mayor objetividad. De poco valen a su confianza sus premios en la Facultad de Bellas Artes, la admiración de los escasos contempladores y el flechazo de sus cuadros. La vergüenza torera tiranizaba la evidente calidad y su buena pintura quedaba en la bodega como si tuviese -que no lo tiene- que madurar. Cuando tanto pintor hay que con el primer brochazo se siente nacido en Fuendetodos (como si la fuente de la pintura fuese bebida para todas las gargantas), Ernesto, que también como el Otro es aragonés, se oculta. Cuando hay pintores que a sus primeros balbuceos llaman arias y atruenan los oídos de los sufridos espectadores. Ernesto canta con sus cuadros, pero musitando para que no le oigamos.

En el cerco a veces el crítico sentía remordimientos y recordaba aquella buena película de «Matar a un ruiseñor» (Gregory Peck, ¿recuerdan?). ¿Con qué derecho forzarle, sacarle a la luz? Pero se imponía la cordura y el crítico recordaba el Evangelio: No se debe esconder la candela bajo el celemin; debe ponerse en alto para que alumbre a todos los que están en la casa. Y seguía coaccionando a Ernesto. Por fin, la exposición.

El esfuerzo ha valido la pena porque Ernesto pinta bien, muy bien. Sin premuras, sin concesiones. Al latido de su instinto artístico abanica la gama de sus capacidades Y si en los paisajes es depurado impresionista y en sus playas es expresionista (de sátira a compasión), en sus bodegones es ágil y lírico.

Ernesto pinta despacio, todos los días, yendo a veces día tras día a sorprender el paisaje que quiere pintar. Y se recrea pintando. Prepara la cama de la tela y pinta más con la cuchilla que con el pincel. Deja secar.  Pasan semanas. El cuadro se va sedimentando. Vuelve el pintor a retocar, a raspar y el cuadro va adquiriendo esa falaz soltura que no es más que dominio y esa encarnadura y vibración que no son más que sutiles estratos densificadores.

La calidad pictórica de Ernesto -¿a que están en esto de acuerdo con el crítico?- se basa en un cimiento ferreo: Mesura. Como él.  Búsquense sinónimos: Equilibrio, depuración, seriedad, serenidad, buen hacer… Clasicismo  – Calidad.

No es una pintura fría, sin embargo. Ernesto es mesurado a la manera de la Tierra. Por debajo está el fuego, pero Ernesto entiende más de aguas termales -que curan- que de volcanes -que atrasan. De su ignea pasión de artista, del frío freno del pintor, la síntesis: el escalofrío del espectador.

¿Cómo se conjugan opuestos? En este caso con el dibujo y el color. El color, ya lo ven ustedes, crepita a veces, se asolana, se enfría, se enternece… Pero siempre casa bien. Como al desgaire juguetea, pero no se extralimita. Son colores limpios, jugosos, muy hermanados, valientes, sutiles. Y personales. El juego de los carmines, los cien verdes, los multitudinarios amarillos y ocres. Y el azul, el azulón. Tan difícil, pero tan bien usado que es gris y morado y sombra y luz. Hasta carne a veces.

Al color le detiene el dibujo. Ernestos dibuja tan bien que no se nota. El dibujo en el cuadro es mano segura y convincente. El es quien hace que el color se implante descansado y que las llamaradas acaben en arco iris. En Ernesto el dibujo es educador y el color sabe estar en libertad. Pero el dibujo está siempre ajo avizor. Sin más ambages, Ernesto es de los pocos que aúnan firmeza con sutileza de dibujo. Cuando el dibujo no se nota es que está ahí, poder en la sombra. Cuando el dibujo es secreto a voces es que el artista dibuja. Quizás lo mejor de Ernesto; por eso lo esconde.

Al final, el cuadro queda equilibrado, repleto y maduro. Y es que resulta que Ernesto recuerda a Pitágoras: La armonía de los contrarios genera la ordenación, que es belleza y cosmos .

¿Esto se aprende? No, se mejora. De otra forma: horas = calidad. Pero no sólo es eso. De casta le vine a Ernesto el arte, y de familia, pero lo trabaja, lo mima, lo domina. Y el resultado es bueno. No podia ser de otra forma. ¿Están de acuerdo con el crítico? Pueden pensar ustedes: La amistad mueve montañas y el crítico se ha puesto panegirista. Pero el crítico piensa en los griegos: «Platón es mi amigo, pero más amiga mía es la verdad». Y la pintura de Ernesto es Verdad. Y Platón identifica verdad y belleza. Es el resultado.

- Fernando Primo

Este bilbilitano, que acerca Sala de Exposiciones de Caja de Ahorros de Salamanca con su cabeza griega, adornado por bucles plateados y gafas de concha, ¿ es cabeza de Fidias?, o cabeza latina ¿pudiera ser la cabeza de Séneca? y no es comparación arbitraria, porque Ernesto busca la perfección y la belleza del ejercicio estoico de la observación, del estudio.

Ernesto, llega a Zamora, una vez tamizado su experiencia por su Calatayud de la infancia, donde ha mamado, junto a padre, el amor por el dibujo, la fotografía, el paisaje, la naturaleza; el Madrid bullicioso de finales de los sesenta, de la Escuela de  Bellas Artes, donde el trabajo sobre todo, la bohemia, el estudio «Artaquio», van alimentando sus ilusiones y conocimientos: la Soria de A. Machado, con su cátedra de Dibujo a cuestas, esa Soria parda, tranquila y violenta, que es «una barbacana hacia Aragón en castellana tierra» con sus chopos verdes, amarillos, cenicientos, sus calles tortuosas, sus pelados serrijones… y su Duero, que fluye y pasa; ese Duero, que, años más tarde, le llevará hasta Zamora en donde ha embalsado su vida como el Duero en la presa de Ricobayo: porque la vida de Ernesto, poco amigo del agua profunda, es amante del agua que fluye o  de los caminos que hacia ella van (calle de los Herreros, Ribadelago, Los Tres Arboles) lo mismo que del secano más mesetario, de las tierras Campos, de Sayago, pero no como paisaje muerto, sino o mo conocimiento «intrahistórico», como decía Unamuno, es decir, de la búsqueda de las tradiciones, de los cantos, de las pequeñas cosas del pueblo castellano, de ese que pasa y sueña.

En ese itinerario vital. Ernesto ha ido buceando, tanteando, picando en numerosos movimiento y técnicas que expresan no inmadurez, sino ensayo, no falta de personalidad, sino experimentación, no mimetismo o moda sino evolución y que mira con perspectivas cubistas, o impresionistas, aquello que es objeto de descomposición geométrica, o simple impresión visual, que puede desembocar perfectamente en el expresionismo más hiperrealista.

No extraño, pues, que Ernesto viva para la pintura y que se identifique con el resto de las artes, que se relacionan intima y directamente con mundo: arquitectura, música, literatura y que desde la enseñanza, vuelque sus conocimientos hacia esa juventud a la que anima y encamina por el mundo artístico, desde su cátedra.

Hoy, con sus cuarenta años a hombros, ¡qué suerte!, llega ante todos nosotros con la plenitud del hombre y con ilusión del niño que ha tenido guardado su secreto muchos años y que lo enseña a su amigo -amigos- para observarlo, para compartirlo, y para, orgulloso, poder oír que «¡nunca es tarde si la dicha es buena!» y efectivamente, amigo Ernesto, ésta es una gran dicha.