DECIR ADIOS A UN AMIGO (Ernesto Quero, mi memoria)
«Sólo desde lo particular, desde lo propio, se puede ser universal» (Pau Casals)
Te habías ido Ernesto. Te habías marchado con la misma entereza, con la misma grandeza, y discreción con que viviste tu vida en Madrid, en Soria o en Zamora.
Y a los demás, el golpe de tu definitiva ausencia, nos produjo un gran vacío. De repente se nos agolparon los recuerdos. Nos empezaron a llover atropelladamente imágenes que nos hablaban de ti. Historias que teníamos olvidadas y que como por un sortilegio salían de nuevo a nuestro encuentro. Tan nítidas, tan increíblemente frescas y claras que parecían como vividas en el día de ayer.
Al irte, Ernesto, comprendí que ya eras sólo parte de nuestra memoria. De mi memoria. Y por ello, de alguna manera, eras también más mío. Incluso sólo mío porque habitabas no conmigo sino ya sólo en mi interior.
Lo terrible de morirnos no es irnos sino que nadie se acuerde de nosotros. No dejar un rastro que poder admirar y recordar, al que poder acudir.
Pero tú, Ernesto, al dejarnos, aunque una parte de nosotros se fue contigo, a la vez una parte de ti se ha quedado dentro de nosotros. Perdurando. Porque seguirán a nuestro lado tu amistad, tu sobriedad, tu cabeza griega y esa magia sin trucos tan sabiamente personal de tu pintura.
Has dejado, Ernesto, una gran obra que conozco, admiro y que estoy seguro que perdurará en el tiempo y dará que hablar.
Y quién mejor que un poeta para expresar la falta de ti que sentimos todos. Para decir que tu partida nos ha disminuido, porque una parte de nosotros te la has llevado tú.
“Ninguna persona es una isla; la muerte de cualquiera me afecta,
porque me encuentro unido a toda la humanidad; por eso, nunca
preguntes por quién doblan las campanas; doblan por ti.”
Devociones para ocasiones emergentes (fragmento John Donne)
Ernesto fue un continuo innovador que nunca se quedó en lo superficial. Pintaba para él y que pocas veces se lo enseñaba a la gente.
En su itinerario vital, Ernesto busca la perfección y la belleza buceando, tanteando, picando en numerosos movimientos y técnicas que expresan no inmadurez, sino ensayo, no falta de personalidad, sino experimentación, no mimetismo o moda sino evolución y que mira bien con perspectivas cubistas, o impresionistas, aquello que es objeto de descomposición geométrica, o simple impresión visual, que puede desembocar perfectamente en el expresionismo hiperrealista. Le gustan las veladuras y la tensión creativa y descubridora que mantiene con la obra mientras la realiza. Al terminar se queda un poco vacío y con el deseo de volver a inmiscuirse, porque ha descubierto que lo que le gusta de pintar es eso precisamente y no tanto el resultado final.
ELEGÍA AGRADECIDA
Hay personas que talan, que asolan, que inficionan. Ahora se las llama tóxicas. Pero hay otras personas que acompañan, que agradan, que ayudan. A estas personas se les podría llamar Ernesto. Porque él era una de estas personas.
Nos conocimos en el Instituto Maestro Haedo de Zamora cuando ya ambos íbamos camino de los cuarenta. Podía haberse quedado en un compañero más, pero su tranquilo carácter, sin altibajos ni alharacas, su retranca irónica y afable, la serenidad de su carácter amistoso, hicieron que yo percibiera que era una persona que ofrecía una amistad-oasis de tranquilidad y serenidad, de cordialidad sin aspavientos, de afecto callado pero seguro, a las duras y a las maduras, sin avatares pero con firmeza. Ernesto era una persona que tenía la fortaleza de carácter de los humildes, de los que saben a dónde van y de dónde vienen, de los que han conquistado su rincón, modesto quizá pero suyo, porque con ese rincón se conformaba, ni envidiado ni envidioso. Por eso ni avasallaba ni empujaba, ni despreciaba ni envidiaba. Cada uno en su casa y Dios en la de todos.
Esta sana personalidad se mostraba en todos los aspectos de la convivencia. Como profesor, era de los que motivaban a los alumnos a los que hacía disfrutar en sus clases sin bajar el listón sacando de ellos sus posibilidades creativas.
En una ocasión se cernía sobre el Instituto cierta amenaza decorativa de manos ajenas. Se conjuró mediante la ocupación de los espacios proponiendo a Ernesto que con los alumnos pintase una veintena de cuadros que ocuparían el espacio en liza. Del magisterio de Ernesto hablan esos cuadros, de una gran madurez de abstracción que, si eran obra prioritariamente del profesor, hablaban de su alta profesionalidad pictórica, pero si eran fundamentalmente obra de los alumnos (bajo la dirección y las sugerencias de Ernesto) hablaban de su enorme capacidad docente. Me regaló uno de aquellos cuadros que pende de una pared de mi casa, sin desdoro frente a otros cuadros muy bien seleccionados. Tan buenos resultaron los cuadros y tan valiosa la experiencia docente que Ernesto decidió pintar las dos caras de los paneles de forma que el Centro tuviera en sus pasillos una acertada pinacoteca variable.
En otras ocasiones fue un humilde taller de grabado del que salieron unas carpetas de estampas realizadas por los alumnos, de una calidad realmente sorprendente. En una época de creciente desmotivación del alumnado, Ernesto sabía interesarlos por el Arte hasta hacer de los alumnos pequeños artistas gozadores de su arte. A esta conquista se me permitió asistir en presencia y confidencia.
También a los compañeros de su pequeño departamento los motivaba en su tarea artística. Cuando los seminarios a veces podían ser campo de rivalidades híspidas o de rencillas de conventillo, Ernesto sabía hacer grupo con sus colegas, que pasaban a ser “los de dibujo”, una piña.
La afabilidad de su carácter, que brindaba amistad sin recovecos ni claroscuros, y el interés de ambos por el arte fue haciendo que nuestra amistad fuera creciendo, incluso cuando nuestros caminos profesionales se separaron. Seguimos en contacto de amistad y aficiones porque yo no me resistía a desconocer lo que iba saliendo de los pinceles de Ernesto, que me gustaba siempre no sólo por su calidad en sí sino porque su obra era un trasunto claro de su entrañable personalidad de. Si siempre es cierto que “el estilo es el hombre”, en pocos casos se ve tan claramente como en el de Ernesto.
En la Facultad de Bellas Artes ya conoció los aplausos del éxito en forma de premios y de becas. Pero eso no le ensoberbeció, porque la llaneza era parte sustancial de su persona. Estos premios tampoco restaron un ápice de su sensatez y nunca se creyó tocado por el destino (y calidad había) para creer que podría vivir de su pintura (que podría haberlo hecho). Y esto fue debido a que tenía un concepto del arte sin los trampantojos del dinero o del éxito comercial. Su humildad de carácter y la convicción de que seguía su propia senda hicieron que no se ofuscara ante un posible éxito social. Para Ernesto el éxito consistía en crear un cosmos de belleza descubierta pincelada a pincelada.
Él entendía la pintura, en su caso, con un concepto de humilde egoísmo. Para él su pintura era una creación estética que repercutía en el propio hecho de su creación, en el disfrute del propio crear. Por eso Ernesto no se preocupó en exceso de exponer y menos de vender, fanfarrias añadidas que poco aportaban a su placer de crear. El pan vendría por otro sitio, por la docencia, matando dos pájaros de un tiro: mantenerse y hacer partícipes a sus alumnos del gozo de la creación.
Por ello la pintura de Ernesto era una síntesis de elementos contrapuestos. Unión de pasión y afición (goce y sufrimiento). También era su pago a la sociedad enseñando a pintar más que mostrando lo que pintaba, porque en esto no consiguió desprenderse del todo de un prudente pudor.
Ernesto pintaba lo que quería, cuando quería y como quería. Esta vinculación de la obra y el artista es aquí tan evidente que hasta los temas se adecuaban al momento del pintor. Y si en Soria fueron los paisajes del Duero y del campo, machadianos en su sentimiento, en los veranos de Calatayud fueron los membrillos sensuales, como en Zamora lo serían las playas fluviales con su grey municipal y espesa. Y cada vez más el ser humano.
En una ocasión le decía yo que los personajes de sus cuadros me iban recordando a los de Lorenzo Goñi en lo que tenían de humana caricatura de rayos X. Luego rectifiqué. Los personajes de Ernesto, aun sometidos a unclaro descarnamiento esquemático nunca fueron tratados con la crueldad de los de Goñi. Ernesto los sintetizaba, pero siempre con una corriente de ternura que humanizaba la deshumanización de la figura a la que los sometía Ernesto. Todos los personajes de sus cuadros eran seres inocentes defendidos de sí mismos y de los demás por su humilde aceptación. Pero esa simplificación, más que caricatura, que iba imponiendo en sus personajes no se debía sólo a que reflejaba la bondadosa mirada del artista a los seres que poblaban sus cuadros, su compasión de padre comprensivo, más que complacido con sus criaturas. Se debía también, como veremos, a puros estilemas pictóricos.
Que Ernesto pintaba fundamentalmente para sí mismo, porque se consideraba deudor de las capacidades que se le habían otorgado, se ve en que él, que nunca se preocupó en exceso de su éxito exterior, jamás dejó de pintar. Uno ha frecuentado muchos pintores. Bastantes, preocupados por exponer y triunfar, pero ninguno tan asiduo trabajador como Ernesto, que siguió pintando incluso hasta cuando la vejiga iba ya rindiendo sus defensas. Pintaba siempre porque era su forma más natural de expresión, pintaba para compartir y para comunicarse con los demás y consigo mismo. En esto coincide Ernesto con los artistas más sinceros, con aquellos para quienes su arte, como dijo otro artista sincero, Antonio Machado, es soliloquio que hace al artista mejor persona, enseñándole el secreto de la filantropía. Y ya hemos hablado del carácter amable y bondadoso de Ernesto. Jamás entró en el vertiginoso carrusel, tan clara feria de las vanidades, del mercado del arte, pero pintó incansablemente y adoptando el adagio latino, adaptándolo a su oficio, de “ningún día sin línea”.
Ernesto fue un pintor respetuoso con la pintura como pocos. Pintores hay que elaboran cuadros casi industrialmente, empujados por las presiones del mercado (los compromisos, las fechas…). En estos pintores el calendario impone su ley sobre la entidad del propio cuadro. En Ernesto, no. A cada cuadro le daba su tiempo, su faena. Muchas veces, como por decantación, hacía que sus cuadros reposaran semanas o meses hasta que el propio cuadro tuviera claro, lo mismo que el pintor, su verdadera naturaleza. A Ernesto el cuadro, un cuadro, le duraba hasta que éste se consideraba acabado. Ernesto era de los pintores con menos prisa que he conocido. Y esto se llama respeto artístico.
Hemos repetido que Ernesto era una persona modesta, humilde y quería que su pintura lo fuera igualmente con la modestia y la humildad de la sencillez. Él se reconocía excepcionalmente dotado para la pintura, pero esta dotación la consideraba deuda más que galardón o fortuna. Me confesaba en varias ocasiones que para él el peligro era dejarse llevar de su facilidad, que la lucha en sus cuadros consistía en rebajar, en quitar, en reducir facilidades. Me comentaba que, cuando un cuadro estaba ya, prácticamente resuelto, era el momento de la lucha, de ir reduciendo, descreando, simplificando para que el cuadro no resultase fatuo sino sencillo y humilde (como él, porque el estilo es el hombre).
La pintura de Ernesto era una pintura ascética, siempre en lucha contra su innata facilidad. Por ello, de una forma que podíamos llamar penitencial, el pintor se amarraba a veces con un solo tema, como en las variaciones musicales. De este depuraba su lenguaje hacia lo esencial. Y eran las corbatas en texturas y colores, o las latas de refrescos, únicas en su forma, variadas en sus colores, o las cajas de pescado de las pescaderías con sus colores y sus brillos, o los anaqueles de un supermercado, o la formidable serie de las bolsas de la compra. O el taller de pinturas de su padre, en un emotivo homenaje filial. De estas gimnasias temáticas, la pintura de Ernesto salía más delgada pero más sabia, más dispuesta a captar la sutil esencia de las cosas.
Y a mí se me permitió asistir a su creación pictórica que era lo mismo que dejarme asomar al cordial interior de Ernesto, que intercambiaba la muestra de su maestría pictórica con mis escarceos literarios. Así era de generoso. Por eso mi recuerdo para siempre, la alegría de habérseme permitido asistir a tan importante labor pictórica y la gratitud de haber sido considerado amigo de tan buen artista y tan mejor persona.
Para la despedida no quiero mis palabras, tristes pero toscas, sino las de García Lorca: Ernesto, descansa porque nos dejaste tu amistad y tu valiosa obra. Por ello, “duerme, vuela, reposa: también se muere el mar”. Que a nosotros nos queda tu recuerdo, dulce y melancólico como “una brisa triste por los olivos”.
ERNESTO AMIGO
Ernesto era más que un antiguo compañero de Bellas Artes; era un entrañable amigo que será imposible olvidar porque en los últimos años tuve una estrecha relación prácticamente diaria. Había algo que nos unía pese a las discrepancias existentes en ocasiones. Era una simbiosis humana que me hacía vivir y reconfortarme día a día…; pero esta vida no sólo es dicha y felicidad, también nos reserva malos tragos.
Y ese trago negativo llegó inesperadamente como suelen venir estas cosas y es todavía hoy que no doy crédito aún a que Ernesto se haya ido de esta vida terrenal. Diariamente vivo como si esperase por teléfono ese:” ¡Hola Jesusito!”, que solía abrir nuestras constantes conversaciones.
Pero sobre todo Ernesto Quero era un gran pintor. Despuntó en la carrera, terminó, fue becado, consiguió sus sendas plazas de profesor y Catedrático de Dibujo, se casó, se jubiló y continuó pintando casi obsesivamente día tras día hasta su “partida”. Gran maestro del dibujo nos agraciaba con unos lienzos bravos y repletos de fuerza que seguía creando. Su pincelada suelta y de gran profesionalidad perdurará siempre entre nosotros a través del extenso legado que nos ha dejado para disfrute y recuerdo eterno.
Era bruto de carácter…, de Calatayud nada menos y se enorgullecía de serlo y mucho más de su origen maño. Tuvo la suerte de encontrar una fiel e incondicional compañera ya desde la carrera de Bellas Artes, M.ª Carmen Hernández, Carmina para quienes estamos vinculados a ese conjunto familiar que formaban. Ella también gran pintora de un estilo distinto, es quien ahora desea que tengamos la dicha de admirar la obra de este amigo a través de esta muestra.
Mantuvimos contacto durante su destino en el instituto Antonio Machado de la ciudad numantina. Esta amistad se intensificó y fueron muchas las ocasiones de mutuos encuentros tanto en Zamora como en mi residencia en León. Recuerdo los largos paseos por las orillas del padre Duero a su paso por esta mítica Zamora, las aceñas, el famoso merendero frente a la Catedral, sus rincones insólitos y lugares emblemáticos que gracias a él conocí.
Pero ante todo su otro amor era la pintura. Era un amor pasional que le llegó a obsesionar marcándose una diaria disciplina de práctica en su estudio de los Olivicos. Su día a día era crear y pintar, pero siempre con un objetivo muy marcado: el conseguir su propia satisfacción de un trabajo digno y sincero que siempre lograba, gracias a su tenacidad, constancia y esfuerzo.
Ahora, tenemos ocasión de admirar, -con su permiso allá donde esté- su obra inédita y la mayoría oculta dado su celo profesional de no mostrar lo que hacía. Es una iniciativa que para Zamora debe ser un orgullo de un hijo, para algunos, bastardo, pues como Ernesto solía decir: – “que no soy de Zamora de toda la vida”.
Mucho me ha costado escribir estas palabras, pero ahora que las doy por concluidas, me siento un tanto satisfecho al poder aportar algo en recuerdo de mi gran querido e inolvidable amigo.
SEMBLANZA DE ERNESTO
Al hacer la semblanza de Ernesto me viene a la memoria el impacto que supuso para mí la salida de mi pueblo Bakaiku a Madrid. Tengo un recuerdo imborrable, extraordinario de la Academia Artaquio, en donde me prepararon para el ingreso a Bellas Artes, en esta academia se respiraba un ambiente especial, marcado por el arte y la amistad, el contacto con los profesores Rosendo, Antoñito, Ernesto… fue estimulante para mi vida. Di allí mis primeros pasos en dibujo guiado por las observaciones y correcciones de Ernesto en las que me transmitió con tanta claridad a mirar el arte.
Los fines de semana salíamos a ver exposiciones, nos acompañaba algunas veces Carmina, en una de ellas viendo la obra de Marino Marini que me pareció de gran tosquedad, Ernesto me hizo descubrir con una explicación argumentada la genialidad de este escultor tan importante en el siglo XX, que a día de hoy es uno de mis escultores preferido y admirado. Podría añadir más ejemplos de los nuevos hallazgos como experimenté con las obras de Velázquez, Delacroix, Cézanne, Solana, Morandi, Bonnard.
Me entristece pensar que la obra de Ernesto solo la conozcamos los amigos y pocos más, siendo como fue un gran pintor, también siempre me pareció extraordinario en él su sabia despreocupación o desinterés por el mundo de la comercialización del arte y las galerías, aunque manteniendo un pulso con una exigencia constante en la práctica de su pintura, encomiable siempre.
Quisiera expresar mi gran pesar por la pérdida de un amigo, de una persona que tanto me aportó para conocer la complejidad y la emoción que transmite el arte.
Siempre estarás, Ernesto, en mis mejores recuerdos, como profesor y amigo.